La provincia de Buenos Aires, hogar de más de 18 millones de habitantes, es un territorio de contrastes. Abarcando una extensión territorial de casi 308.000 km2, es una región culturalmente heterogénea, geográficamente diversa y demográficamente desigual. Sin embargo, esta riqueza cultural y geográfica no se refleja en una distribución equitativa del poder político, económico y social. En cambio, se observa una marcada centralización en la ciudad de La Plata y su área metropolitana, que concentra alrededor del 63% de la población y recursos.
Ella es un motor económico vital para Argentina. Representa más de un tercio del producto interno bruto y de las exportaciones totales nacionales, alcanza al 40% de la recaudación nacional y aproximadamente la mitad de la actividad industrial del país. La evolución de su economía no sólo es importante para las personas que habitan su territorio, sino que también resulta determinante para el desempeño económico nacional.
A pesar de su importancia económica, la provincia de Buenos Ayres enfrenta grandes desigualdades y tensiones entre el Área Metropolitana y el resto de los municipios. Estas tensiones se manifiestan en diversos conflictos por la coparticipación tributaria municipal, la representación en el Congreso, la infraestructura, los servicios públicos, la educación, la salud, la seguridad, el medio ambiente, entre otros. Este escenario se ha denominado de “colonialismo interno”, entendido como la subordinación de una región o un grupo económico sobre otro, dentro de una misma provincia, mediante el control de los recursos, la imposición de una visión política hegemónica y la exclusión de las identidades locales.
Frente a este contexto, surge la pregunta: ¿cuál sería la alternativa para atemperar los efectos de este colonialismo interno? Una posible respuesta la encontramos en la historia de nuestra provincia, en la figura del gobernador Adolfo Alsina. En 1857, Alsina propuso una división territorial del Estado de Buenos Ayres. La reforma dividía la provincia en ocho departamentos, cada uno con seis u ocho municipios. De esta manera, se buscaba descentralizar el poder, acercar la administración a los habitantes, fomentar el desarrollo regional y garantizar la seguridad en sus vecinos. Se podría decir que fue el primer intento de regionalismo político de la provincia
Sin embargo, a consecuencia del Pacto de San José de Flores del 11 de noviembre de 1859, por el cual el Estado de Buenos Ayres se reintegró a la Confederación Argentina, las prefecturas de los departamentos fueron suprimidas por el nuevo gobernador, Bartolomé Mitre. A pesar de esto, esa visión “regionalista” debió permanecer y lograrse a partir de 1983.
Hoy en día, la visión de Alsina puede ser una fuente de inspiración para repensar el modelo de regionalismo territorial de nuestra provincia, incluso para la Argentina, que se basa en un federalismo nominal, pero que en la práctica reproduce las lógicas del unitarismo. El regionalismo, entendido como la defensa de la autonomía y la identidad de las regiones, sin renunciar a la unidad nacional, puede ser un camino para superar el colonialismo interno bonaerense y constituir una provincia más justa, equilibrada y plural. En este sentido, es imperativo que se tomen medidas para descentralizar el poder y promover un desarrollo más equitativo en toda la provincia de Buenos Ayres. Esto no sólo beneficiará a sus habitantes, sino que también contribuirá al crecimiento y desarrollo de toda la nación.