El 12 de agosto de 1925 fue un día trascendental para la ciudad de Campana: Se inauguró la nueva estación del Ferrocarril Central Argentino, un edificio icónico con una arquitectura que marcaba el esplendor de una época de riqueza.
Con 240 metros de longitud y 12 metros de ancho, se concluía así un proyecto que había sido presentado en 1909, pero que recién pudo comenzar a construirse a partir de 1924 y finalizó con una de las estaciones más imponentes del recorrido Retiro – Rosario. Más allá de la majestuosa cúpula con su moderno reloj para la época, contaba también con las oficinas de telégrafo y encomiendas y hasta un espacio exclusivo para la residencia del jefe. También agregaba un gran galpón para cargas con pavimentación de piedra e instalación de luz eléctrica, una oficina de cargas, una nueva mesa giratoria cerca del galpón de máquinas y varias alteraciones en los talleres y patio de locomotoras; sumando también dos cabines, uno al norte y otro al sur, desde donde las señales eran controladas con un equipo de 40 y 50 palancas respectivamente.
Por detrás quedaba un pedazo de historia: la vieja estación que desde 1875 había sido eje del progreso de la ciudad. Un poco más lejos el imponente río Paraná, esa masa de agua en constante movimiento, engranaje fundamental del desarrollo de Campana.
Y si bien la inauguración de la nueva estación del ferrocarril fue celebrada en aquel momento por todos y es hoy parte de nuestro patrimonio arquitectónico (no del todo cuidado como debiera ser), constituyó a mi entender, una barrera visual importante entre el campanense y el río.
Quizás por esto o quizás por el desarrollo industrial en sus márgenes; lo cierto es que año tras año la ribera del Paraná de Campana fue perdiendo su encanto, hasta llegar a ser un escenario casi vedado para la gente común; más allá de una pequeña porción al alcance de unos pocos privilegiados que siendo socios del Campana Boat Club tenían acceso al río.
Pasaron los años y hubo algunos intentos por cambiar este modelo insólito de ser una ciudad atravesada por uno de los cauces más caudalosos del mundo y que, sin embargo, no daba muchas alternativas para disfrutar de sus márgenes. Recuerdo por los años 90 realizar una encuesta que arrojó como resultado que muchos jóvenes campanenses entre 12 y 18 años, habitantes de los barrios orbitales de la ciudad, desconocían prácticamente la zona ribereña, con solo un escaso diez por ciento que alguna vez había estado en sus costas. Sin dudas la disociación del vecino con su río tenía que ver con ciertas barreras arquitectónicas, visuales o quizás logísticas; pero también a un deficiente planeamiento urbano gubernamental que parecía darle la espalda al río.
A finales del siglo pasado, desde el gobierno municipal de Calixto Dellepiane se brindó apoyo e infraestructura a un emprendimiento privado de la empresa “Puente Fluvial” que estableció una ruta náutica entre Campana y Capital Federal a bordo de un aliscafo, pero la novedad solo duró unos pocos meses de 1994 y el servicio dejó de funcionar. Fruto de este proceso quedó un muelle que desde entonces sirve para embarcar en la lancha colectiva, sobre todo de los docentes que de lunes a viernes viajan a las escuelas de Islas a dar clases.
Durante el gobierno de Jorge Varela comenzó a hablarse de una reestructuración de los viejos talleres ferroviarios y de la posibilidad de realizarse un megaemprendimiento inmobiliario que muchos se aventuraron en llamar “Puerto Maderito”. Este tema alimentó el debate de la política local con acusaciones cruzadas de negociados y manejos turbios, pero al final fue solo un rumor que no terminó en nada: Puerto Maderito nunca llegó siquiera a ser un proyecto, al menos visible para los vecinos. En esta etapa lo más positivo para la zona fue la creación del Museo Ferroviario emplazado en una restaurada casona del Ferrocarril en uno de los extremos del camino costero, muy cerca de las instalaciones de Prefectura Naval.
Ya al comienzo de este siglo, durante la gestión de Stella Giroldi, se mejoró la calle y se instalaron luminarias, también se creó un sector de pesca y se desplazaron algunas casillas de pescadores establecidas desde hacía años allí. Fue entonces cuando comenzó a llamarse “Paseo Costanero” al recorrido entre las barreras de Beruti y Colón. Pero la propuesta siempre estuvo incompleta, ya que el constante transitar de camiones entre los puertos, la arenera y la casi nula parquización de la zona hizo que al poco tiempo el lugar pareciera más un paisaje lunar, con grandes “cráteres” en su calle. Por otra parte nunca dejó de ser un sector desacoplado de la ciudad e inseguro, que se vió reflejado en la poca afluencia de la gente.
Sebastián Abella en su plataforma política de lanzamiento a candidato a Intendente en 2015 presentó un proyecto para revalorizar la costanera, y si bien durante su primera gestión no lo pudo plasmar en realidad, el solo hecho de tenerla dentro de su “masterplan” dejaba entrever que la zona ribereña estaba dentro de sus prioridades. Por eso no sorprendió que en los albores de este segundo mandato comenzara a llevar a cabo una transformación de la zona realmente asombrosa.
Arrancó destrabando el problema del constante andar de camiones, continuó desactivando la arenera y recuperando terrenos ocupados desde hacía décadas; para luego comenzar con las obras: Iluminación, parquización, señaléctica, sectores exclusivos para estacionamiento, juegos para niños, mesas y sillas para la familia, un nuevo sector para pescadores, vigilancia permanente, ciclovía, ordenamiento vehicular (imponiendo un sentido único de norte a sur) y, sobre todo, logrando una integración con el otro lado de la vía, utilizando como nexo la Plaza de las Carretas, que a su vez se comunica con otro espacio de esparcimiento público muy elegido por la gente: el Campito de Barrio Dálmine.
Yo soy uno más de los que suele caminar por todos estos lugares y me entusiasma verlos siempre colmados: familias tomando mate, niños jugando o patinando, adolescentes sentados en el pasto jugando a las cartas, la tercera edad con sus sillas de playa, ciclistas recorriendo la bicisenda y también mucha gente que llega de otras ciudades con quienes he podido conversar y me han manifestado lo afortunados que somos de contar con este espacio público.
Sin embargo yo creo que este es solo el comienzo de un nuevo paradigma, es un nuevo renacer de esta zona de Campana que por fin dejó de darle la espalda al río. Estoy seguro que estas políticas de mejora de la infraestructura pública contagiará a inversores y emprendedores, siendo solo cuestión de tiempo para que la zona de la calle Alem y aledañas comiencen una transformación comercial, que sin dudas a la ciudad le vendrá de maravillas.
Por lo pronto, la Nueva Costanera, se ha transformado hoy en uno de los lugares más elegidos por los vecinos, ya sea para el esparcimiento, las caminatas, el deporte, el paseo en automóvil o para la mateada del fin de semana. Un reencuentro con el río largamente esperado.